sábado, 11 de febrero de 2012

CÓMO PERDER EL HOMBRO EN EL AUTOMERCADO




El desabastecimiento puede hacer que termines con un hombro dislocado. Eso fue lo que le pasó a mi amiga Kiki el otro día, cuando en vez de quedarse tranquila en su cola de banco, decidió unirse a la estampida que corrió tres pisos de a dos escalones a la vez, para comprar latas de leche, que, de acuerdo a los rumores, acababan de llegar al automercado.
Kiki es una persona desconfiada. En un principio pensó que había sido algún vivo que quería que todos se fueran de allí para poder hacer su diligencia bancaria rapidito. Decidió que no caería en la trampa y se quedó tranquilita, pero, cuando vió que las quince personas que estaban delante de ella salían corriendo del banco, empezó a pensar que la inconsciente era ella y, no había tenido tiempo de recuperarse de los empujones de las personas que corrían enloquecidas hacia el mercado cuando la cajera cerró la ventanilla para irse detrás de los otros .
Ya ante esa acción, Kiki decidió que debía correr hacia la leche, dejando a un lado el insignificante detalle de que en su casa, sus hijos no toman leche en polvo y que además  ya había comprado tres potes en diferentes estampidas. Así, con gran determinación, Kiki finalmente pudo sacarle provecho a la maravillosa condición física en que se encuentra gracias a sus clases de bailoterapia y al Nintendo Wii de sus muchachos y comenzó a correr por el Centro Comercial a una velocidad envidiable, dejando atrás a varias señoras mayores y a todas las madres con coches. Finalmente, llegó al mercado, se dirigió con determinación al tumulto que luchaba por las latas, y, al darse cuenta de que le sería casi imposible conseguir una de las cuatro o cinco latas que quedaban, tuvo una inspiración divina y, con toda la fuerza de sus pulmones dió un grito esperanzador: "En el otro pasillo están sacando harina".
En vez de harina, parecía que hubiera dicho que estaban regalando oro. Enseguida todos corrieron hacia el pasillo de al lado y Kiki pudo correr y llevarse un pote de leche antes de que descubrieran que no era verdad y vinieran a lincharla.
Ya en la caja, y con algo de remordimiento por haber tenido que usar una "mentirilla" para lograr su objetivo, Kiki esperaba para pagar aferrada a su pote de leche cuando, una señora furiosa y protestando porque no había encontrado harina, chocó con el carrito a otra señora gorda  que estaba parada haciendo su cola. La pobre chocada salió volando, directo hacia  Kiki, quien se vio en una importante disyuntiva: soltar la lata de leche y tratar de atajar a la señora, o prepararse para recibirla sin soltar la lata. La decisión era obvia: la lata de leche no debía soltarse bajo ninguna circunstancia.
Kiki, con una suerte de flema inglesa vio volar a aquella enorme mujer por los aires y la recibíó con una sola mano. La señora quedó viva  y Kiki no perdió su lata de leche. Solamente se dislocó el hombro con el peso de la mujer, pero a ella no le importa…ahora en su despensa hay cuatro latas de leche !

MAMÁS DE TELEVISIÓN


Mis ojos no pueden creer lo que ven: un muchachito ensucia toda su casa con Salsa Napoli y se limpia  de su camisa como si fuera una servilleta.Un tanto aterrada, cambio el canal, sólo para encontrar a otro niño totalmente sumergido en barro para atrapar y apretujar en sus manos a una enorme rana.
No he tomado licor y creo no estar loca, pero sigo sin entender.
Cambio nuevamente de canal para encontrar ahora a una niña que salta feliz sobre una ropa recién lavada y dobladita en su cesta.
Lo más  increíble, no son las ocurrencias de los niños, sino la cara de amor y paz de sus madres. Ellas crían a esos monstruos sin estrés, pues cuentan con unos jabones buenísimos que van a limpiar lo que sea que sus hijos tengan a bien ensuciar.
Por mi parte, debo confesar que lavar no me hace feliz, tampoco recoger unas medias inmundas del suelo y juro, que si alguno de mis hijos hubiera brincado alguna vez sobre la ropa limpia de toda la familia, hoy estuviera escribiendo desde la cárcel, porque sin compasión lo hubiera ahorcado.
No obstante, me pareció interesante el planteamiento del niño cochino y la madre feliz y decidí investigar si eso que había visto en television era posible. Quería saber si era yo la única mujer desnaturalizada que no salía en las mañanas a oler calzoncillos recién lavados que colgaban en largas cuerdas y se movían suavemente al ritmo del viento…
Esa tarde, cuando fui a buscar a mi hijo al baseball, aproveché y me senté en las gradas junto a un grupo de mujeres. Cualquiera de ellas podía haber sido la madre del comercial. Inocentemente, hice mi primer comentario: “Esos uniformes de baseball, tan blancos que son y lo caros que cuestan…pensar como ese niñito se está arrastrando contra la tierra roja allá en primera base. Ese traje ya se perdió”…No había terminado la frase cuando una de las señoras me interrumpió. “Ese es Carlitos”, dijo, y acto seguido brincó de la grada, se aferró a la reja y comenzó a gritarle a todo pulmón: ¡Arrástrate más en el piso, es más, rómpele las rodillas al uniforme y esta noche lo lavas y lo coses con tu papá, que es el que quiere que juegues pelota! No, definitivamente, esa señora no se parecía a la de la televisión. Las demás mujeres que estabamos allí nos vimos las caras. Una comentó: “Por eso yo inscribí en el equipo al hijo de mi muchacha de servicio, así los dos vienen a jugar y la blancura del traje no es problema mío”…”Inteligente mujer”, pensé para mí, “además, cuenta con presupuesto”.
Fue entonces cuando otra mamá que hasta ahora había permanecido callada hizo la pregunta mágica: ¿Ustedes han visto los comerciales de jabón de lavar?¿Cómo es que esas madres están felices de que sus hijos crean que todo es una servilleta? Esos niños se limpian barro y compota de las camisas manteles, paños y muebles y ellas los besan y los abrazan en lugar de llevarlos al reformatorio. ¡Por favooor! ¿Qué les pasa a esas mujeres??? exclamó, algo alterada. “Buena pregunta”, contesté yo.