
De los pocos momentos gratificantes de la
rutina, es esa paradita en el kiosko a comprarse una chuchería, lo malo es lo
que cuesta después quitarse los kilos que esa costumbre va dejando.
El otro día me enteré de un “hipnotizador”
que podía alejarme de los dulces para siempre y enseguida se lo anuncié a mis
amigas. Todas querían ir. Era domingo. Raúl, el esposo de Federica quería hacer
una parrilla ese día. Para poder escaparse, Federica le dijo que se había
muerto la abuelita de su comadre y que, aunque no le encantaba la idea, tenía
que ir a la funeraria. Ya en el carro, se dió cuenta de que su comadre también
estaba invitada a a la parrilla y tuvo que llamarla corriendo para que no fuera…con
la buena suerte que la comadre, en lugar de ponerse brava nos pidió que también
la buscáramos a ella. Lo hicimos con la condición de que convenciera a su
esposo de no decirle nada a Raúl.
Maritza, que es maestra, se llevó unos
lentes oscuros porque no quería que nadie supiera que estaba allí. Al llegar,
lo primero que nos encontramos fue a tres de sus alumnas de quinto año que la
saludaron con nombre y apellido.
Por otra parte Eugenia llegó buscando algo
de comer. En el apuro por llegar a tiempo la hicimos salir de su casa sin
almuerzo. Estaba muerta de hambre y lo único que había abierto era un kiosko.
Con gran verguenza, tuvo que comerse un enorme chocolate y una refresco delante
de 300 personas –unas más gordas que otras- que la veían, unos con envidia y
otros con cara de “esta ya perdió los reales antes de empezar”.
Una vez solventados los pequeños contratiempos la sesión empezó. Con gran seriedad oímos nuestra charla y nos hipnotizamos. Compramos unos CD para reforzar las ideas e hicimos un pacto de portarnos muy bien y de no contárselo a nadie hasta vernos al mes para comprobar los resultados.
Una vez solventados los pequeños contratiempos la sesión empezó. Con gran seriedad oímos nuestra charla y nos hipnotizamos. Compramos unos CD para reforzar las ideas e hicimos un pacto de portarnos muy bien y de no contárselo a nadie hasta vernos al mes para comprobar los resultados.
Un mes después nos encontramos, para llegar
a la conclusión de que la vida real conspira constantemente contra nuestra
belleza.
Federica no es experta en computación. No
sabe bajar los discos en la computadora y por lo tanto, decidió buscar un
simple reproductor de Cd`s. Quedó traumatizada. El aparato parece ser tan
obsoleto que cuando pregunta por él en las tiendas, los vendedores se ríen de
ella. Uno le ofreció cambiarle una mula por su carro. Después de ese día decidió
que moriría sin oír su sesión de hipnosis antes de seguir exponiéndose al ridículo.
Hasta ahora, su peso sigue igual.
Por su parte, Maritza, feliz porque bajó 3
kilos rapidísimo, se dedicó a comer y
engordó 5, es decir, ahora tiene 2 kilos más que cuando fué a
hipnotizarse.
Eugenia había logrado sobrellevar los obstáculos.
Como pasa todo el día en la calle, decidió oir los CD en el carro, pero la voz
la regañó y le dijo que no operara maquinarias ni manejara en estado de
hipnosis. Como tampoco sabe pasar los discos a un ipod, consiguió un
reproductor, lo puso en alto antes de dormir y su esposo la amenazó con un
divorcio sin pensión si cada noche iban a dormir arrullados por aquella voz
masculina haciéndoles saber que “ahora odiaban los dulces”. Luego consiguió
unos audífonos pero se quedaba dormida cuando tenía que mantener los ojos
abiertos. Finalmente, decidió que el destino se empeñaba en que fuera una
gordita despierta y no una flaca hipnotizada.
La conclusión fue unánime: decidimos buscar un curso de hipnotizadores. De esa manera, planeamos sugestionar a los demás para que nos vean flacas-estemos como estemos-.
La conclusión fue unánime: decidimos buscar un curso de hipnotizadores. De esa manera, planeamos sugestionar a los demás para que nos vean flacas-estemos como estemos-.

